Aquí os pongo un trocito de "Las Confesiones" de Rousseau. Según él, es la anécdota que mejor describe su personalidad, y si es así, Rousseau era un poco paquete.
Básicamente Rousseau está en Italia y es reclamado por una bella cortesana. Rousseau se queda patidifuso ante la belleza de la italiana, pero cuando se dispone a pasar a mayores, después de hacerse pajas mentales acerca de todo y más, se da cuenta que la cortesana tiene un pezón invertido o que le falta un pezón.Ésto hace que a Rousseau le de asco la moza. Ésta, cansada de las pocas artes del suizo, lo rechaza y le da un consejo muy divertido.
"Si hay una anédota de mi vida que bien ilustre mi naturaleza, es ésta que voy a contar.(...)Quien quiera que seáis quien quiera conocer a un hombre, osad leer las dos o tres páginas siguientes: váis a conocer por completo a Jean-Jacques Rousseau.
Yo entraba en la cámara de una cortesana como en el santuario del amor y de la belleza creía ver allí la divinidad en persona. Nunca habría creído que, sin respeto y sin estima, se pudiese sentir nada parecido a lo que ella me hizo sentir. A penas hube conocido en las primeras familiaridades el precio de sus encantos y sus caricias, que, por miedo a perder el fruto de antemano, me precipité a recolectarlo. De pronto, en vez de las llamas que me devoraban, sentí un frío mortal fluir por mis venas; las piernas me flaqueaban, y, a punto de encontrarme mal, me senté y lloré como un niño.
Quién podría adivinar la causa de mis lágrimas y lo que me pasaba por la cabeza en éste momento? Me decía a mí mismo: éste objeto del que dispongo es la obra maestra de la naturaleza y del amor; el espíritu, el cuerpo, todo en él es perfecto; ella es tan buena y generosa como amable y bella; los grandes y los príncipes deberían ser sus esclavos; los cetros deberían estar a sus pies. Sin embargo hela aquí, miserabe mujer de la calle, destinada al público; un capitán de barco mercante dispone de ella; ella acaba de echarse sobre mí, sobre mí que ni se nada ni nada tengo; a mí cuyo mérito, que ella desconoce, es nulo ante sus ojos. Hay algo inconcevible. Donde mi corazón me engaña, fascina mis sentidos y me vuelve el pelele de una indigna ramera, donde hace falta que un defecto secreto que ignoro, destruya el efecto de sus encantos y la vuelva odiosa ante aquellos que deberían disputársela.
Me puse a buscar ése defecto con singular espíritu, y no me vino a la imaginación que la viruela pudiese formar parte de él. La frescura de su carne, el brillo de sus mejillas, la blancura de sus dientes, la dulzura de su aliento, el aire de limpieza en toda su persona alejaban de mí tan perfectamente esa idea, que dudando de mí mismo frente a la paduana, tenía más bien escrúpulos de no ser lo suficientemente bueno para ella; y estoy persuadido que mi confianza no me engañaba.
Estos pensamientos, me agitaron hasta el punto de echarme a llorar. Zulietta, para la que ésto era seguramente un espectáculo nuevo en tales circunstancias, estuvo por un momento sorprendida, pero después de dar una vuelta por el cuarto y pasar por delante de su espejo, comprendió, y mis ojos le confirmaron, que el desagrado no era la razón. No le fué difícil borrar mi timidez, mas al momento en el que estaba listo para embriagarme sobre un pecho que parecía sentir por prímera vez la boca y la mano de un hombre, me dí cuenta que tenía un pezón invertido.
Me sorprendo, examino, creo ver que el pezón no es igual al otro.
Heme aquí mensando cómo se puede no tener una tetilla. Persuadido que se devía a algún vicio natural, a base de pensar y repensar ésta idea, vi claro como la luz del día que en la más encantadora persona de la que pudiese formar la imagen, no tenía en mis brazos mas que una especie de mnstruo, el aborto de la naturaleza, los hombres y el amor. Llevé mi estupidez al límite de hablarle del pezón invertido. Al principio se lo tomó como una broma, y en su humor alocado, dijo e hizo cosas que me harían morir de amor, pero no pudiendo ocultarle mi fondo de inquietud, la vi finalmente enrojecer, vestirse y, sin dir palabra, ir a su ventana.
Quise ir a su lado, ella se apartó y fue a sentarse sobre un diván, levantandose despues y, paseándose por la habitación me dijo con un tono frío y despreciativo: "Zanetto, olvídate de las mujeres y estudia matematicas!"
Si queréis echarle un vistazo a "Las Confesiones" en internet, podéis pinchar aquí. La primera parte sobre todo es muy bonita y muy íntima. Rousseau no duda en desnudar su alma, y en muchas ocasiones quedar mal delante de su público, sobre todo al describir sus relaciones personales.
Sus amores con Mme de Warrens, mayor que él y a quien siempre llamó "mamá" y su fría confesión del abandono de sus cinco hijos al hospicio fueron un escándalo para la época. Sin embargo Rousseau también tiene momentos tiernos en los que muestra su buena naturaleza, como el que podéis leer al final del libro segundo, en el que reconoce los remordimientos que aún tiene por haber provocado en su juventud la expulsión de una criada en la casa en la que él mismo servía, acusada de un pequeño robo cometido por el propio Rousseau.
2 comments:
¡Joder, qué historia tan interesante! Realmente me ha encantado. Creo que en este mundo hay muchos "Rousseaus" en el tema de la superficialidad... Empecé ayer mismo en esto de los blogs y revisaré el tuyo/vuestro para ver qué otras entradas divertidas tienes/tenéis. Un saludo!
Ay, gracias franzpz, majete!
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